Una aproximación al dolor melancólico.
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Mayo 2024
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sólo la sed
el silencio
ningún encuentro
cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra
(A. Pizarnik,1962)
En el presente trabajo realizaremos
un intento de aproximación a la clínica de la melancolía. Lo haremos siguiendo
el abordaje metapsicológico freudiano, con el objetivo de rodear nuestra
pregunta acerca del estatuto del dolor en la constitución subjetiva en general
y en la expresión melancólica en particular.
De Biasi (2013) realiza un recorrido muy interesante
por los manuscritos E, G y K de Freud (1886-1899), antecedentes que se constituyen
como las primeras formulaciones sobre la melancolía en psicoanálisis, en los
cuales Freud realiza una elaboración tan minuciosa que por momentos se tiñe de
la oscuridad propia de sus producciones más técnicas.
En el manuscrito
E Freud (2017) presenta a la melancolía como expresión de una acumulación
de tensión sexual psíquica y no plenamente
física, como es el caso de su reverso, la neurosis de angustia. En términos
generales, allí se afirma que cuando una tensión psíquica de amor se acumula y
permanece insatisfecha se genera melancolía
(p. 231). A su vez, en el manuscrito
G Freud (2017) avanza un poco más y ubica a la melancolía como un duelo por la pérdida de libido (p. 240) e
inhibición psíquica con empobrecimiento
pulsional, y dolor por ello (p. 244). Por otra parte, en el manuscrito K Freud (2017) dirá que la
melancolía se presenta como una expresión
alterada del yo a raíz del reproche primario[1], fuente
de las desfiguraciones posteriores (p. 267).
Siguiendo el hilo podríamos decir que en estos tiempos
de la producción freudiana tensión, pérdida (o empobrecimiento), inhibición y alteración del yo forman parte de las características principales
de la melancolía. Así, la explicación metapsicológica de Freud acerca del
acontecer melancólico será la siguiente: existe una inhibición psíquica que provoca acumulación
de tensión sexual (psíquica) que no se liga a asociaciones –o
representaciones- a partir del propio mecanismo de la inhibición. Este conjunto
librado de asociaciones que continúa irradiando excitación provoca dolor, y como “la soltura de
asociaciones es siempre doliente” (Freud, 1895, p. 245) se determina una
hemorragia interna que termina por producir empobrecimiento,
una succión sobre las magnitudes contiguas de excitación. Así, la melancolía se
afirmará como una herida abierta.
En nuestro objetivo de realizar un primer acercamiento
a la clínica de la melancolía, intentaremos sostener preguntas que nos acompañen
en este camino de exploración y producción. ¿De qué se trata la experiencia del
dolor en la melancolía? ¿En qué consiste la irradiación de dolor propia de la
hemorragia melancólica? ¿Qué es el dolor? ¿De qué dolor hablamos cuando
hablamos de dolor melancólico?; ¿existen diferentes formas de dolor? El dolor
de la expresión melancólica ¿es cualquier dolor?; y ¿cómo es que el dolor se
constituye como el afecto por excelencia de la expresión melancólica? ¿Existen
modos de aliviar el dolor?, ¿cuáles?; ¿cuáles son las expresiones clínicas en
las que resuena el dolor?; ¿cómo se constituye una estructura de dolor?
Sabemos que en toda constitución subjetiva hay un
dolor estructural. A lo largo de su obra, Freud le confiere un gran valor al
dolor en la constitución del cuerpo, en la medida en que “es por la vía del
dolor que se llega a tener la representación del cuerpo propio, en tanto éste
opera como litoral” (Iuale, 2019, p. 23). El dolor es para Freud esa cosa
intermedia entre una percepción externa y una interna. Se constituye así como
borde entre lo propio y lo ajeno (Freud, 1923, p. 24).
Sin embargo, sabemos bien que en la expresión
melancólica encontramos un dolor en demasía, un plus de dolor, un “dolor de
existir” en estado puro nos dirá Lacan. En el melancólico se presenta un dolor
que parece fijado, coagulado, estrangulado en el psiquismo de quien se expresa.
Todo o casi todo duele. Es la existencia la que duele. Lo escuchamos sin rodeos
en el consultorio, en el hospital, en las clínicas: existir es doloroso.
En sus primeras elaboraciones, Freud (2017) define al
dolor como el más imperioso de todos los procesos, como algo que se impone más
allá de todo sistema; un fenómeno, una experiencia que nos indica el fracaso de
todos los dispositivos (p. 351). El dolor es la expresión de un fracaso en el
sentido de que todo sistema tenderá a huir de él, a defenderse. Aun así el
dolor se sobrepone, se impone y se vivencia hartas veces de forma cíclica y
continua, como es el caso de la melancolía.
En su esquema sexual[2],
Freud ubica la sensación en la
frontera del yo. Luego, a ese punto
también lo llamará tensión[3].
De este modo, el dolor se presenta como frontera y litoral, se introduce
como un entre. Un “estado doloroso de
tensión” (De Biasi, 2013, p. 70) que no es sólo por lo que proviene del exterior
ni netamente por lo que llega del interior: es ambos.
Casi treinta años más tarde en Más allá del principio de placer Freud (2017) introducirá el
mecanismo de la proyección como una operación que nos permite dar un paso
más en esta vía. Esta operación común a todo psiquismo le permitirá abordar lo
ocurrido en los casos de procesos patológicos, como es la melancolía. La
proyección implica una defensa ante la fuente de excitación interna como si
ésta viniera desde afuera. Así, “se tenderá a tratar la excitación como si no
obrase desde adentro, sino desde afuera” (p. 29). Lo fundamental aquí es que la
tarea del aparato anímico consistirá en ligar psíquicamente y así dominar los
volúmenes de excitabilidad a fin de conducirlos hacia su tramitación. Sin
embargo, en el caso de un proceso patológico se producirá de esta forma una
contrainvestidura de tal magnitud que provocará el empobrecimiento de todos los
otros sistemas psíquicos, de suerte que el resultado será una extensa parálisis
y un rebajamiento libidinal. Freud dirá que el dolor tiene precisamente este
carácter de ser paralizante (Freud, 2017, pp. 29-30).
En este punto es menester ubicar lo que se halla como una
especie de rasgo diferencial en el cuadro melancólico: la inhibición psíquica.
Esto es fundamental porque inferimos que a partir de ella se explica el
impedimento para la ligazón de toda esa energía: el tropiezo en el transporte
de energía libre (del proceso primario) a energía ligada, a un estado de
investidura quiescente. Pareciera que en la melancolía esta trasmudación se
encuentra perturbada, inhibida. Como consecuencia, podemos afirmar que a partir
de allí toda la producción y deriva de sustitutos quedará sin dudas inhibida,
detenida, absorbida por una pérdida que “se comportará como un agujero en lo
psíquico que succionará energías de investiduras de todas partes, produciendo
en consecuencia un empobrecimiento pulsional, una pérdida de libido” (De Biasi,
2013, p. 29).
Una herida abierta decíamos, una gran cantidad de
energía que no podrá ligarse al grupo de las representaciones. Tenemos razones
para suponer que estamos hablando aquí de tiempos sumamente primarios de la constitución
subjetiva, tiempos de represión originaria donde el monto de afecto (que nunca
es reprimido, como ya sabemos) por algún motivo no logra ligarse al conjunto de
las representaciones. Así, lo que podría derivar ulteriormente en caminos hacia
la formación de síntomas o en vías hacia la inervación somática; o bien lo que
podría trasponerse como un conjunto de ideas obsesivas y rituales, o en conductas
evitativas; en síntesis lo que podría derivar en un camino hacia la formación
de síntomas más bien parece ser que en la melancolía se descarga de manera
directa como dolor.
Podemos decir entonces que en la melancolía la
excitación se escapa como por un agujero en lo psíquico (Freud, 2017, pp.
244-246), y lo que producirá dolor será
esa irradiación de tensión sexual que va “hacia ningún lado”. Esto es lo
que produce como consecuencia una profunda alteración
en el yo que en 1895 Freud llamó avasallamiento,
y que implica una “malformación del yo” generando una “pequeñez del yo” como expresión
(Freud, 2017, p. 263).
Ahora bien, hemos llegado a encontrarnos con que el
dolor es un modo de no tramitación de
la irrupción de grandes cantidades de excitación[4] . Toda
excitación sensible se inclina al dolor con el aumento de un estímulo, sea este
exógeno o endógeno, externo o interno[5],
dejando como secuela facilitaciones
duraderas, como “traspasadas por el rayo” (Freud, 2017, p. 352). Estas
facilitaciones que atraviesan al aparato como un rayo, cancelan todo tipo de
resistencias y barreras (en este momento de las neuronas inpasaderas –Sist.
Prcc-Cc) anulando toda “protección antiestímulo” y actuando como un estímulo
pulsional continuado, estableciendo un camino de conducción directa como el existente en el sistema de neuronas
pasaderas (Sist Icc)[6]. Aquí
Freud nos habla de montos de energía totalmente libres, descargados sin
barreras en la melancolía, ¿sin memoria, sin inscripción?
Ahora
bien, avanzamos un poco más. Hemos ubicado al dolor como litoral y sabemos que
más allá de la magnitud y las características con las que se presenta en la
melancolía, existe un dolor estructural en toda constitución subjetiva, e
incluso advertimos que fue por la vía del análisis del dolor que Freud llega a
sus elaboraciones sobre el narcisismo: el dolor corporal y anímico está
presente en la cesión de objeto, la constitución de “el lugar doliente del
cuerpo” (Freud, 2013, p. 160) en el desprendimiento de esa parte de sí que se
va con Otro, de esa parte de sí éxtima que se configura desde el campo Otro. Nos
estamos refiriendo a tiempos de la constitución narcisista.
Nos parece interesante recoger la pregunta freudiana
que De Biasi (2013) trabaja en su libro: “¿Cuándo la separación del objeto provoca angustia, cuándo duelo y cuándo quizás
sólo dolor?”[7]
Este interrogante es interesante para dar un paso más en la clínica de la
melancolía, y nos lleva inmediatamente a abordar al dolor en términos de
desesperación. De allí la noción dolor-desesperación[8],
que nace para la expresión melancólica como un conjunto original del momento
fundante del narcisismo, en tiempos primarios de construcción del objeto
(madre).
Sosteniendo el interrogante, podemos afirmar que la
reacción del dolor es la genuina reacción a la pérdida de objeto. La angustia
en cambio, es la reacción frente al peligro que la pérdida conlleva (Freud,
2013, p. 159). La angustia funciona entonces como angustia señal, pudiendo
nosotros inferir que el dolor estará más cerca a la angustia traumática.
La angustia, por su parte, tendrá la posibilidad de captar
la desaparición del objeto-madre en el marco simbólico de una escansión temporal,
pudiendo así tramitar esta desaparición por medio de una escenificación del
juego significante presencia/ausencia de la pérdida. Esto será posibilitado a
partir de repetidas experiencias consoladoras
por parte de la madre, hasta que el niño aprehenda que a una desaparición
del objeto (madre) suele seguirle una reaparición. Esto catapultará la
posibilidad de un duelo normal, el cual se genera “bajo el influjo del examen
de realidad, que exige categóricamente separarse de objeto porque él ya no
existe más” (Freud, 2013, p. 160) en la realidad. Será fundamental que esta
elaboración de la pérdida de objeto a través de la angustia se desarrolle en el
marco de una escena simbólica que posibilite el despliegue de una fantasmática:
una escena en el mundo que mediatiza, encubre y tramita en un “intento de
curación” la insoportable levedad del ser,
lo que se pierde de uno en el Otro.
Ahora bien, parece ser que en la melancolía se impone
una violencia traumática por una desaparición del objeto que no comporta la
posibilidad de una nueva aparición. Un
dolor-desesperación por la desaparición que lleva a un vacío “cuyo
correspondiente en lo psíquico es un agujero que (…) traga energía psíquica o
libido en esta investidura de añoranza, en esta nostalgia, en este dolor” (De
Biasi, 2013, p. 72). Se ha despertado así una investidura intensiva que ha de
llamarse “añorante” y que se vuelca sobre el objeto, a partir de lo que es
preciso referir la reacción de dolor (Freud, 2013, p. 159). Así, la intensiva
investidura de añoranza del objeto perdido entra en crecimiento y crea las
mismas condiciones económicas que la investidura de dolor corporal. “El paso
del dolor corporal al dolor anímico corresponde a la mudanza de investidura
narcisista en investidura de objeto” (Freud, 2013, p. 160).
De esta forma, la representación-objeto sobreinvestida
desempeña el lugar del cuerpo investido. En este punto es que creemos que Freud
se sorprenderá de ver “cuán próximo a la verdad está el melancólico en su
auto-acusación, la cual conlleva el decisivo matiz de la auto-denigración, y se
preguntará si es preciso enfermar para tener acceso a una verdad semejante” (De
Biasi, 2013, pp. 22-23).
Esta verdad a la que se aproxima el sujeto melancólico
evidentemente es una verdad de estructura, que podríamos afirmar que tiene su
estricta relación con el dolor estructural constitutivo de todo sujeto
deseante, pero que la melancolía nos muestra lo que en ella hay de plus: una
demasía o mejor dicho un “dolor en estado puro”, algo que no es posible sortear
ni enmascarar, somatizar o ceder y que se vuelve, ahora sí decimos, avasallante
para el yo. Se produce así una pérdida del Yo, lo que Freud conceptualizará en Duelo y melancolía (2017) como la sombra del objeto perdido que
recae sobre el Yo (p. 244).
¿Por qué el
sujeto tiene que enfermarse para acercarse a la verdad? Freud arroja
la pregunta por el sentido que implica enfermarse para alcanzar una verdad así.
Como si esa verdad que atañe al psiquismo humano existiera más allá de lo
“psicopatológico” en que se encuentra el sujeto, y el melancólico es quien
pudiera capturarla con mayor agudeza. Como si el melancólico expusiera con
mayor crudeza un fastidio generalizado por la inaccesibilidad inherente a la
pérdida mítica del objeto. Heinrich (2022) afirma que si en los tiempos de la
constitución subjetiva fracasa la inscripción simbólica de una pérdida real,
cuando una nueva pérdida exija ser simbolizada, aquel fracaso fundante se hará
presente. La pregunta será entonces si existen diferentes modos de compensar,
suplir, denunciar, intentar inscribir o bien simplemente padecer (con dolor)
esta falla (pp. 105-106).
A partir de
estas líneas, y apremiados desde algunas situaciones de la práctica que nos
impulsan a dar un rodeo más, es necesario sostener la pregunta en relación al
problema de la pérdida del o en el objeto en la melancolía. Freud
encuentra una complicación en este punto, al resaltar que más allá de la
pérdida en el objeto, la autodenigración moral, la queja y la querella melancólica
implican una pérdida en el Yo.
En esta compleja conceptualización de la
pérdida de objeto distinguimos dos vertientes que, aunque se superpongan, no
adquieren el mismo estatuto. Así, el
objeto se mezcla con el yo a través de una identificación
obturadora: “se pierde en el objeto pero no se constituye en el yo un espacio
para trabajar con el objeto su pérdida, hay una superposición entre el sujeto y
el yo, la sombra del objeto implica que hay una atrofia de las funciones del
objeto perdido en el yo. Todo el yo se consume en esa pérdida” (C. Kuri, 2010,
p. 70).
Además, es
importante agregar que en la confusión melancólica del objeto con el yo, la
pérdida encierra el empobrecimiento y la indignidad del yo mismo. Insistimos
que es en el campo del yo donde la sombra del objeto, la oscuridad, tiene lugar.
Luego de
realizar este recorrido, es importante destacar que no se pretende agotar el
complejo campo de la melancolía y su clínica. Quedan en suspenso diversas preguntas
que nos permiten continuar revisando una expresión que, poniendo en primer
plano sus dificultades, nos invita a interpelar y sostener la puesta en tensión
entre los conceptos y la práctica del psicoanálisis.
[1] De Biasi (2013) afirma que “la verdadera novedad freudiana (…) es la articulación de este campo de la causa sexual al reproche, es decir, a la emergencia del auto-reproche en el sujeto” (p. 22). En el presente trabajo no abordaremos esta dimensión por lo exhaustivo que podría ser, pero no queríamos dejar de mencionarla por ser esta investigación una línea fundamental en lo que atañe a la expresión melancólica.
[2] FIGURA 1 del Manuscrito G de Freud (1895), p. 242.
[3] FIGURA 2 del Manuscrito G de Freud (1895), p. 245.
[4] La magnitud de estímulos de excitación llegan a los sistemas phi y psi dirá Freud en 1895, sistemas de neuronas que sentarán las bases tópicas de lo que luego se constituirá como sistema inconciente y preconciente/conciente.
[5] “En nada varía la situación cuando el estímulo no parte de un lugar de la piel, sino de un órgano interno; no ocurre otra cosa que el remplazo de la periferia externa por una parte de la interna” (Freud, Inhibición, síntoma y angustia, p. 159).
[6] En este punto es interesante hacer mención a la estrecha relación que la melancolía tiene con las neurosis traumáticas, articulación realizada por Freud e incluso también la afirmación de que la experiencia del dolor podría pensarse en la línea de la angustia traumática.
[7] Esta pregunta es desarrollada por Freud en Inhibición, síntoma y angustia, 2013, p. 158
[8] “El dolor-desesperación” es el nombre de un capítulo de Ser nada, 2013, de María Cristina De Biasi.
BIBLIOGRAFIA
De Biasi, M. C. (2013). Ser nada.
Formas clínicas de la melancolía en psicoanálisis. Letra Viva.
Freud, S. (2013). C. Angustia, dolor y duelo, Inhibición síntoma y
angustia (pp.158-161), en S. Freud Obras
Completas XX. Amorrortu.
Freud, S (2017). Manuscrito E, en S. Freud Obras Completas I (pp. 228-234).
Amorrortu.
Freud, S (2017). Manuscrito G, en S. Freud Obras Completas I (pp. 239-245).
Amorrortu.
Freud, S (2017). Manuscrito K, en S. Freud Obras Completas I (pp. 260-268).
Amorrortu.
Freud, S (2017). Proyecto de psicología. Parte I. Plan general. (6) El dolor,
en S. Freud Obras Completas I (pp. 351-352).
Amorrortu.
Freud, S. (2017). “Duelo y melancolía”, en S. Freud Obras Completas XIV (pp. 235-256). Amorrortu.
Freud, S. (2017). Más allá del principio del placer, en S. Freud Obras Completas XVIII (pp. 1-62).
Amorrortu.
Heinrich, H. (2022). Borde<r> y melancolía, en Borde<R>S de la neurosis (pp. 105-107). Letra Viva.
Iuale, L. (2019). El cuerpo en psicoanálisis, en Detrás del espejo (pp. 21-36). Letra Viva.
Kuri, C. (2010). La identificación. Lo originario y lo primario: una diferencia clínica. Homo Sapiens.
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