"Este lugar es una tumba". Biopoder y manicomio.



Link del Congreso.

Este escrito fue presentado el 27 de Agosto de 2025 en el XVIII Congreso Argentino de Salud Mental "Clínica, biopoder y sufrimiento psíquico", organizado por la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM) en Buenos Aires, Argentina.


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   "Este lugar es una tumba", dijo. Mientras, su cuerpo se inclinaba solo hacia delante.

    Después un silencio se hizo espeso, tanto que logró zumbarnos los oídos. Era el anuncio de una sentencia que parecía retumbar en ecos por las paredes descascaradas de humedad y abandono.

    Yo sabía que ella no era quien inclinaba su cuerpo hacia delante: era más bien su cuerpo la que la dejaba atrás. Sin control, rota y gastada, como una rockstar después de una larga gira de siete shows por noche en new york. Eso hacía: siete recitales en una sola noche, atendiéndose en los mejores hoteles. Saquen la cuenta.

    Ahora sí. Su cuerpo la dejaba atrás en un gesto de freno después de haber tocado fondo tantas veces. Y lo que le quedaba sólo era subir. La cabeza para abajo, gacha. Los hombros deprimidos y el cuerpo inclinado hacia delante, dejando traslucir una marcada silueta hecha de jorobas.

    Esto es algo que se repite, que se ve en los manicomios y en los que todavía se ocultan allí: La cabeza gacha. Se habla mirando para abajo, como si hubieran hecho algo mal, como si tuvieran la culpa de algo, como si fueran delincuentes o responsables de su padecer. La culpa es suya pero no les pertenece, se las hemos dado pizca a pizca, granito a granito, todos nosotros.

    “Este lugar es una tumba”, dijo. Yo la miré y pensé en mi bloc de notas.

    Una tumba no es un lugar, es un lecho de muerte. La tumba tiene algo de no-lugar, un cajón encorsetado donde hay que entrar y permanecer sí o sí, cueste lo que cueste. Porque estás muerto. Una tumba es un pedazo de tierra árida con piedras extintas y avejentadas, un hueco en el piso donde se esconden los cuerpos. Un pedazo de parcela donde pasa no sé qué cosa, oscuro y sin oxígeno. En una tumba el oxígeno se termina y llega un punto en el que ya no se puede respirar.

    Nadie vive en una tumba.

    ¿Somos fantasmas? ¿Somos gerentes de un cementerio capitalista que exprime cuerpos hasta ahogarlos en un cajón? ¿Somos los jardineros? Intentando que algún brote crezca en la infértil tierra seca sabor a gris, que regamos día a día, día tras día en contra de la naturaleza, en contra de la marea.

    ¿Seremos quizás un artefacto inconcientemente cronometrado para soltar alguna gota de agua una o dos veces por semana, durante media hora o lo que dure la sesión? Buscando el mineral escondido en la aridez, haciendo un espionaje para rastrear la vida que quedó después de una muerte.

    Me pregunto si puede decirse algo después de un enunciado como este. Si es que existe algo después de la muerte, después de ser arrojado a la tumba. Es una terrible sentencia, la más cruel de todas, la no-libertad, el no-lugar, el no-nada.

    La miro, me incoporo, y con mi gesto le pido a ella que se incorpore también: “Levantá la cabeza y mírame, que no le hiciste nada a nadie”, le digo.

    Ella endereza su cuerpo, se suena los hombros y el cuello en un mismo movimiento de elongación. Me mira y dice: “creo que necesito un kinesiólogo”. Yo, lo único que pienso es que ella necesita un lugar donde reposar su cuerpo sin volver a morir.

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Si hablamos de biopoder nos estamos refiriendo específicamente a la regulación de los cuerpos. Antes del SXVIII el soberano ejercía su poder sobre el cuerpo de forma directa: matando. De este modo el poder sobre los cuerpos se ponía en práctica por vía franca a través de la muerte, haciendo morir o dejando vivir. Hoy, en tiempos del biopoder este se impone de forma desfigurada y velada sobre la vida, y sobre el modo en que los cuerpos la vivirán. Así, la muerte estará recubierta a partir de una minuciosa organización de la vida, de un conjunto de repetidas maniobras represivas de la pulsión de vida: se inaugura la era de la biopolìtica: el poder de hacer vivir o de arrojar a alguien a la muerte.

A través de la regulación de la salud y la enfermedad las disciplinas del cuerpo constituyen el polo alrededor del cual se ejerce una política sobre la vida. Esto es lo que Foucault llama anatomopolítica, y se refiere al ejercicio constante de las disciplinas que construyen hábitos, costumbres, criterios, imágenes que influyen sobre el cuerpo. A la forma más extrema bajo la cual se desarrolla este fenómeno-experimento-laboratorio en el campo de la salud mental la llamamos manicomio.   

Así, el disciplinamiento y la meticulosidad extrema de la rutina instaura todo un sistema de micropoder sobre cuerpos dóciles: horarios para higienizarse, farmacologización, organización del sueño en formato maquínico, designación de lugares para dormir o para sentarse según arbitrariedades; sistema de recompensa o castigo, vigilancia panóptica, requisa policial constante, controles médicos y medicalización indefinida, alta indeterminada, cronificación de las prácticas y, como consecuencia también de los tratamientos.

Freud nos recuerda que, a fin de no sufrir desengaños, el paradigma científico dominante (psiquiatría) se resguardará en un escepticismo. El escepticismo tiene dos características: Se pone rígido frente a lo nuevo que llega, en tanto tiene por sagrado lo sabido y lo creído, y desestima todo lo otro. Si los equipos de salud mental nos ocultamos tras este escepticismo, cronificamos las prácticas, se hacen manicomiales. ¿qué sería caer en este escepticismo?

En honor al maestro Galende… recogemos su pregunta: como psicoanalistas ¿de qué manera y bajo qué condiciones se hace posible manipular la subjetividad hacia la dominación o la emancipación?” (E. Galende, articulo de revista topia, “emancipación y cultura”). Es una pregunta por el poder de nuestra práctica. Porque está, porque existe, y quizás el escepticismo Freudiano sea un modo de vehiculizar y velar ese poder.

Captamos algo interesante: para Freud el escepticismo se revela como la continuación de una reacción primitiva frente a lo nuevo, con el pretexto de conservar lo establecido. Son ciertos aspectos del contenido de lo nuevo los que provocan resistencias, que no son intelectuales, sino afectivas, provenientes de los afectos más primitivos del sujeto (p. 228 Freud: “Las resistencias contra el psicoanálisis”). Y si algo sabemos es que el odio es el afecto más primitivo, anterior al amor.

Hacemos un movimiento más, más radical. Tomamos a Kristeva, quien nos habla de lo abyecto: una torsión hecha de afectos y pensamientos, que no tiene un objeto definible: lo abyecto es radicalmente un excluído (¿puede ocultarse bajo el nombre de un escepticismo..?) Surgimiento masivo y abrupto de una extrañeza que, si bien pudo ser familiar en un momento primitivo, hostiga ahora como algo radicalmente separado, repugnante, como un no-yo (pp. 8-9 Kristeva).

Kristeva ubica lo abyecto como una parte inconciente del yo que por su severidad y hostigamiento ha sido expulsada, como una especie de voz superyoica que se excluye del yo-moi, del propio cuerpo, y que se deposita en una realidad radicalmente excluida. Es desde el yo y hacia allí que ahora se dirige esa misma severidad, ese masoquismo primario, bajo el modo de una agresividad, crueldad, sadismo; los afectos más primitivos y más fuertes que bajo la bandera de lo que algunes llaman libertad se pretende justificar.

En esta línea, en el campo de la salud mental y en la era del biopoder se establece cuáles son las vidas que “merecen ser lloradas” y cuáles las abyectas que serán arrojadas a la muerte: “esos deshechos caen para que yo viva”, nos dice Kristeva.

Es de este modo que “lo que se vuelve abyecto es aquello que perturba una identidad, un sistema, un orden” (kristeva). Lo que perturba al yo bajo la forma del no-yo. La experiencia indica que los cuerpos del padecimiento psíquico, los locos, las vidas en el margen, han sido y continúan siendo  en muchos lugares y para muchas personas materia donde desalojar a ese excluido, a ese abyecto, a eso expulsado, a ese exterior constitutivo de todo un sistema que –por supuesto!- no se piensa asimismo como “loco”.  

Y más que loco es perverso….porque realmente es loco y enloquecedor…puedo dar ejemplos.. vemos que todo el tiempo hay mensajes confusos, no hay claridad en los mensajes, se contradicen indicaciones.. por ejemplo en torno a un alta posible.. se le expropia absolutamente el derecho al paciente de saber sobre su propio tratamiento y sobre todo acerca de su alta; no se lo incluye en lo más minimo y el alta pasa a constituirse en una utopía lejana e ideal. Esto  construye y refuerza la idea de un corte abrupto, de una ruptura radical del tratamiento, la idea de que afuera no se continúa un tratamiento posible. No se trabaja sobre lo ambulatorio. Porque claro.. estamos hablando de una institución de internación… pero entonces, no es necesario pensar en cómo un dispositivo de esta índole puede articularse? Algo así como un dispositivo de externación.. de trabajo de externación. “Proceso de externación” a veces puede sonar como algo discursivo, pero cuando uno forma parte de ese proceso se da cuenta de que realmente es un proceso, que lleva tiempo y tiene capas, y uno se convence de que realmente es por ahí (documental hospital Korn)

Entonces, es desde la crueldad y la agresividad más primitiva que un sistema podrá mantener su estructura. Y el sistema de salud mental continúa utilizando una técnica sumamente eficaz para esto: la del encierro. Pues implica en concreto la segregación de “los locos" a partir de su separación durante tiempos indefinidos, el apartamiento de lo que se considera un deshecho social.

El encierro manicomial constituye un laboratorio de prueba que va graduando el ‘nomos’ biopolítico de estos tiempos, es decir, los códigos provisionales que tenemos en clave de salud. Su legitimidad está en este doble acto simultáneo y contradictorio en el cual la vida queda confinada en nombre de la salud. Una práctica mortífera velada, la sentencia de muerte justificada por “buenas” razones (que pueden ser: peligrosidad, riesgo, etc.) Es en el campo de concentración manicomial en el cual se intercambia la experiencia de vinculación indiferenciada entre violencia, gobernabilidad y soberanía. La normativa disciplinar psiquiátrica indica que, cuando se constituye una amenaza para sí y para terceros, el camino es la privación de libertad. Dictamina quién es normal y quién no lo es; quién está dentro y quién afuera. (p68) Pero reafirmamos: el asunto no es una medida que puede indicarse ante una situación aguda, que la requiere. El asunto es el “por tiempo indeterminado”, la indefinición de las altas.

Aún más.. Kristeva nos dice: “Lo abyecto mata en nombre de la vida. Realimenta el sufrimiento del otro para su propio bien”.

¿Qué hay en el cuerpo del padecimiento psíquico que se presta como blanco a esta práctica de la crueldad?  Un cuerpo sufriente, padeciente, desarmado, roto, gastado… el cuerpo del padecimiento psíquico es un cuerpo mucho más que agujereado, es un cuerpo que necesita levantarse, reincorporarse o enderezarse, y no sólo con kinesiología. Un cuerpo que en un gesto “queda atrás”, convirtiéndose en el blanco de las prácticas más crueles, no sólo del disciplinamiento sino también del acallamiento.

En palabras de Galende: “Anular por medios químicos el miedo, la angustia, la tristeza, la ansiedad, la inquietud que impide el sueño, es privar al individuo de las coordenadas de los sentimientos que, para bien o para mal, lo ligan a su experiencia de vida” (E. Galende, articulo de revista topia, “Emancipación y cultura”).

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