Preguntas sobre el Padre.
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Marzo 2023
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A los fines de una mejor organización, parto (como
comienzo y partición) mi texto en tres, a partir de la pregunta por el
significante, de la pregunta por el nombre y de la pregunta por la voz. No hay
otra forma de asir el tema de Los Nombres del Padre, que no sea partiendo del
tres.
1.
Partir de un significante primordial
“El privilegio acordado por Freud al complejo de Edipo
es reducido a su función significante, lo que implica en particular que se ha
despojado a ésta de la envoltura imaginaria de una interpretación en términos
de rivalidad” (Balmès, 1999, p. 33).
Lacan retoma la noción de padre heredada del complejo de
Edipo freudiano y se pregunta cuál es el fundamento por el cual este esquema
mínimo de la experiencia humana conserva un valor irreductible y privilegiado
para la experiencia analítica. Parece ser que “no haber atravesado la prueba
del Edipo, no haber visto abrirse ante sí sus conflictos y sus impases, no
haberlos resuelto, deja al sujeto con cierto defecto, con cierta impotencia
para precisar esas justas distancias que se llaman realidad humana, (…) la integración
del sujeto a determinado juego de significantes” (Lacan, 1984, pp. 357-358).
En el Seminario III, Lacan encuentra la respuesta que
buscaba en la noción del padre como elemento sensible de lo que llamó el punto de almohadillado entre el
significante y el significado. El recorrido que hace para llegar a esto es
exhaustivo, e integra sus afirmaciones acerca de la verwefung en las psicosis. Se trata de un significante alrededor
del cual todo se irradia y organiza “cual si fuesen pequeñas líneas de fuerza
formadas en la superficie de una trama por el punto de almohadillado” (Lacan,
1984, p. 383). Así, el significante del Nombre del Padre se constituye en “el
punto de convergencia que permite situar retroactivamente y prospectivamente
todo lo que sucede en un discurso” (p. 383).
Un punto en el almohadillado que permite que el discurso se organice.
A lo largo de
la obra Lacaniana, la operación de inscripción del padre como punto de capitoné
exceptuado al sistema significante quedará conectada a la conceptualización del
Otro. En lo sucesivo será el Otro, lugar de la palabra, el nombre del lugar del
padre simbólico en la estructura, a partir del sostenimiento del axioma del
inconciente estructurado como un lenguaje (Balmès, 1999, p. 37).
En su ambigüedad, el padre freudiano es principio
apaciguante, en un sentido estructurante de pacificación y también (no
digo pero), padre traumático principio del desorden y del caos. Pero lo
ambivalente para el ser hablante no es únicamente respecto al padre sino
también al lenguaje: es el padre lo que permite que algo funcione a partir de
su principio traumático. Es el trauma de lalengua el que invita a una
determinación -no como destino sino como determinante- es decir, invitación a
un orden; y la creación en los últimos tiempos de la obra de Lacan del término lalangue fue sin dudas “una respuesta
tácita a los atolladeros de su concepción del lenguaje” (Ritvo, 2004, p. 24). En
la medida en que ordena y parasita, o bien ordena porque parasita, el
lenguaje del Otro traumatiza en su expansiva multiplicidad y en las infinitas
derivas de los ecos que resuenan, en la voz cuando hace cuerpo, a la vez que
traza el registro simbólico de las virtudes del significante y puestas a punto del
almohadillado.
Pero lo importante aquí es la ambigüedad del padre (estructurante y/o traumático), expresión que
Ritvo (2004) toma de Francois Balmès en su libro “Del padre”, que indica la
precisión de un padre que es ley pero que a su vez está abocado a la pulsión de
muerte. Así lo dice Ritvo (2004): “el padre es simultánea e inescindiblemente
constructor y destructor” (p. 22), y siguiendo al autor lo que comanda es esta
mezcla imposible de reducir en último término a una distinción, más allá de lo
que la clínica fuerce. En la obra Freudiana esto culmina en los enunciados
concernientes al superyó como gesto internalizado de la ley paterna, y según
Balmès (1999) “Freud rehusó siempre la solución que consistiría en partir a ese
superyó en dos” (p. 52), se abstuvo de una división mecánica que alimentaría a
nuestra neurosis de lectores: la posibilidad de plantear un Lado A del superyó
y su dark side.
Sin embargo Lacan da un movimiento más al poner a
cuenta del Nombre del Padre como función simbólica, “la dimensión pacificadora,
condición de acceso al orden significante y a una realidad atemperada, no
obstante reservar al superyó la función de imperativo de goce obsceno y feroz” (Balmès,
1999, p. 53). El Nombre del Padre en tanto ley implica el principio de posibilidad a la puesta en funcionamiento de los principios
de metáfora y metonimia, un campo de articulación simbólica “equivalente
sencillamente a la aparición de un ser que no está en ningún lado: el día”
(Lacan, 1984, p. 215).
Lo que debemos destacar en función de la pregunta por
el significante del Nombre del Padre es que como tal no quiere decir nada. En
este sentido, el valor que el mito alcanza es totalmente coherente a la
transmisión del psicoanálisis, como transmisión de tradición oral en torno al
contorno de un vacío centrífugo a nivel de una behajung anterior a la existencia. Pero el psicoanálisis nos
advierte que es a partir de la historización que un significante primordial
como el del Nombre del Padre desplegará sus avatares en la existencia. Lacan
(1984) lo dice así: “El significante entonces está dado primitivamente, pero
hasta tanto el sujeto no lo hace entrar en su historia no es nada (…). El deseo
sexual es, en efecto, lo que sirve al hombre para historizarse, en tanto que es
a este nivel donde por primera vez se introduce la ley” (p. 225). Aquí se
reafirma nuestro comienzo, el de rastrear la línea de un significante
primordial en la función paterna del Edipo.
2.
Partir del Nombre
“Un nombre expulsa lo que nombra” (Ritvo, 2004, p.
39). A partir del acto de nombrar un objeto, este deja de ser tal o cual para
convertirse en otra cosa; hay un desdoblamiento del objeto a partir del acto de
nominar, lo que hace que el objeto como cosa en-sí se pierda y que sólo nos
quede su representación. En este sentido, el Nombre del Padre nos plantea el
problema de despegar al padre del nombre del padre real, y no real en tanto
padre de la horda, sino al padre que reconoce a su hijo como hijo, o al padre
que el hijo reconoce como padre.
La cuestión del nombre acarrea toda una problemática
de desdoblamientos, entre la cosa en sí y lo que se nombra, entre lo que se
atrapa en un nombre y lo que lo funda. El nombre del padre no es un nombre
propio porque esto implicaría “un lugar de identificación y pertenece a la
economía del llamado: me llamo tal y como he sido llamado (…) Un nombre propio
es el fundamento sin duda equivoco de descripciones, definidas o indefinidas; exhaustivas
o abiertas” (Ritvo, 2004, p. 38).
Sabemos que el reconocimiento que un padre hace de un
hijo como hijo presupone la invocación materna, un juicio de atribución materno
a modo de Behajung. Siguiendo a Ritvo
(2004), el padre que la madre invoca no es el padre del reconocimiento sino el nombre,
que no es cualquier nombre ni un nombre propio aunque allí veamos su efecto. Es el padre en su nombre apelativo, en su esencia una relación asimétrica
o más bien antisimétrica entre un padre y un hijo; relación que instituye al
segundo como sujeto, teniendo en cuenta –y esto es fundamental- que todo sujeto
ocupa la posición de hijo (p. 39). Aunque en facto un sujeto sea padre, su
afánisis es entre-dos, entre su propio padre y su hijo, que como tal lo
destituye a sí mismo como hijo, a su vez.
Podemos tomar el ejemplo que Ritvo (2004) trae con la
expresión “¿qué te ha dicho tu padre?” (p. 40), más afirmación que pregunta,
donde el sujeto no se confunde con quien habla en tanto soporte desde el cual
se produce el enunciado. “Es corriente que las figuras importantes se traten a
sí mismas en tercera persona” (p. 40). En el caso de ser otro quien sostenga la
afirmación, por ejemplo una madre, parece ser que la expresión implica una invocación
que se afirma como garantía de todo padre que aparece al nombrarse, puesto que
si el padre real hablara sería en vano y hablaría de más, incluso convertiría esta
escena en paródica por el hecho de ser un padre que debe hablar para soportar una
función que le excede por completo, y que nada tiene que ver con él. La
“pregunta” enunciada es tramposa, no es una pregunta dirigida al sujeto-hijo ni
un intento de recordatorio, no busca respuesta; no es un pedido a que el padre
haga de soporte: es más bien un llamado, una aseveración enunciada vocalmente
de una antisimetría que funda al sujeto en la medida en que un padre en su
nombre trasciende al resto de los mortales en escena.
Lo que se instituye entonces es una relación fundada
en la no relación, en la medida en que esta relación “excluye del agente al
sujeto y hace del padre una función vinculada equivocadamente con el sujeto que
la soporta” (Ritvo, 2004, p. 40). Si el Nombre del Padre es lo que sostiene la
identificación significante del sujeto (Balmès, 1999, p. 42) y no un nombre
propio, el sujeto se funda en el no hay relación, en la imposibilidad de la
intersubjetividad, en la asimetría. Y es precisamente el reconocimiento de la
trascendencia del padre el equivalente a tomar la palabra en nombre de nadie,
que sin embargo no es simplemente nada (Ritvo, 2004, p. 44). Tomar la palabra
implica el cómo nos arreglamos con nuestra propia criminalidad[1].
Esto recuerda lo que S. Bleichmar (1999)[2]
despeja luego de un vasto desarrollo diferencial entre lo que ella llama la
producción de subjetividad y la constitución del psiquismo. Mientras que en el
marco de lo que produce subjetividad podemos encontrar la novela familiar, los
aspectos que hacen a la construcción social del sujeto histórico y todo el
desarrollo fantasmático y ficcional del complejo edípico; se extraen categorías
de análisis fundacionales del psiquismo, y una de ellas es la de una asimetría
insoslayable productora de neurosis. Bleichmar refiere en esta asimetría una
disparidad de saber y poder entre el niño y el adulto, acompañada por una
pautación que impide la apropiación del cuerpo del niño por el adulto como
objeto de goce. Más allá del lugar de los efectos de esta asimetría, y despejada
de sus caracteres residuales, estamos en el campo de un imposible discursivo
fundante del psiquismo, un deseo que nace atravesado por su imposibilidad.
Entonces, siguiendo a Ritvo (2004) tenemos 1) juicio
de atribución materno “x es tu padre”, 2) juicio de existencia a partir de la
declaración del padre “eres mi hijo”, cuya eficacia se liga a 3) juicio de
reconocimiento de la imposibilidad del reconocimiento a partir de la
inexistencia de la intersubjetividad (p. 43). Sólo así alguien puede ser un padre, y entonces podemos captar mejor
el padre, el lugar del Nombre del
Padre en su radicalidad: su función de juicio
en el sentido kantiano, como “función proposicional no calculable aunque sí
conjeturable” (Ritvo, 2004, p. 45). “Como un nombre radicalmente sustraído en
el movimiento mismo en el que se enuncia (…) el Nombre del Padre se anuncia
como pura enunciación, puro agujero significante (…) se anuncia desde el
comienzo tanto como falta de todo nombre como aquello que garantiza todos los
nombres” (Balmès, 1999, p. 41). Mientras que Los Nombres del Padre pueden ser
diversos; mientras que el padre es una autoridad sin contenido y la clínica
apunte al vaciamiento de las diversas modalidades en las que el sujeto rellena
con interpretaciones la herencia que le concierne, el Nombre del Padre indica
un lugar que se establece como un enunciado silencioso que tiene valor de
verdad.
3.
Partir de la voz
“Si Lacan no dio nunca al objeto voz el desarrollo
cuyo lugar no obstante indicó, es porque era inseparable de aquello sobre lo
cual decidió callar definitivamente: la cuestión de los Nombres del Padre. Nos
vemos, pues, reducidos a reconstituir indicios, pistas, en torno a ese agujero”.
(Balmès, 1999, p. 157)
Siguiendo a Lacan (2005) en su clase sobre Los Nombres
del Padre, todo analista será provocado a darle lugar de objeto excepcional a
la voz del Otro, siguiendo sus diversas encarnaciones tanto en las psicosis
como en la formación del superyó (pp. 83-84). La interesante lectura de Balmès
(1999) es previa a la edición de L’angoisse
y sorprende ver en ella la claridad con la que trabaja ciertos puntos
oscuros en la elaboración de la voz hecha por Lacan, como objeto a privilegiado en relación a su
implicación directa e inmediata a nivel del deseo en el sujeto.
En el Seminario X de Lacan no sólo hay un trabajo de
la voz a nivel de la identificación simbólica Freudiana con el padre, el padre
asesinado, sino precisamente en su dimensión real del padre devorado.
Lo que hay es Einverleibung, una introyección no en términos de
proyección o introyección kleiniana, sino identificación de la voz del tipo de
la incorporación (Lacan, 2006, p. 298).
Estamos
hablando “del origen a del superyó”
(Lacan, 2005, p. 84).
“En la psicosis, donde se la escucha (de manera
sensible)[3],
la voz dirige al sujeto, pero allí donde hay metáfora paterna y donde no es
ordinariamente vocal, la voz no deja de ser una voz de orden” (Balmès 1999, p. 103).
Sabemos que la voz no está modulada pero sí articulada y de manera imperativa,
en tanto “reclama obediencia y convicción” (Lacan, 2006, p. 298).
En la medida en que el mito de Totem y tabú implica el arraigo de la ley simbólica en la ferocidad
del goce del padre de la horda, podríamos decir que la correspondencia en
términos metapsicológicos es el hecho de que el superyó hunda sus raíces en el
ello. Este es el goce que retorna en la falta de regulación del superyó (Balmès,
1999, p. 114), constituyéndose como una instancia que invierte la moral en
todos sus sentidos: más castiga en la medida en que menos culpable se es.
Siguiendo las elaboraciones Lacanianas, podemos ubicar
lo que retorna de lo werverfung del
Nombre del Padre: aquel Otro sin separar del goce, permaneciendo muerto y
extraño a lo viviente, en lo que ubicamos el objeto sin perder en las psicosis,
esas hojas muertas[4]
que retornan en lo real. Así como la voz (las voces) se hace oír en lo real
en las psicosis, también para el sujeto no psicótico la voz es una forma del
Nombre del Padre que toca lo real. (Balmès 1999, pp. 103-104).
En la voz, el deseo del Otro ha tomado forma de
mandato, pero “lo que hace al carácter imperioso del imperativo no es el
contenido, es justamente la voz como objeto. (…) una voz puede hacernos hacer
muchas cosas, incluso cualquier cosa, y no sólo en la psicosis. Aquel que sabe
ocupar el lugar de la voz obtiene obediencia: ¿no es el principio de la
hipnosis como el de muchas locuras colectivas?” (Balmès, 1999, p. 101). Sin ir
más lejos, se trata de lo que encontramos a diario en la clínica como aquello a
lo que la culpabilidad tiende a resolver (o el sacrificio, ¿o el perdón?).
Ahora bien, siguiendo la clase Los Nombres del Padre
(2005), el a como resto caído del
órgano de la palabra de Otro, implica el reconocimiento de un Otro que habla,
es decir, Otro como lugar desde donde eso
habla. ¿Esto implicaría ya la existencia del parlêtre? Así es que Lacan se
hace la pregunta por el sujeto anterior a
la pregunta, que deducimos que más que sujeto es un animal. Un padre animal
regido por el mito animal de un goce sin frenos ni satisfacción, que no puede
representarse más que por un mito, por un tótem, por escrito o a partir de un
decir; no podemos representarlo más que por la recuperación simbólica que Lacan
hace de un sujeto anterior a la pregunta, anterior al lenguaje y a la cultura.
No es posible de asir, si no es por medio de un tótem, es decir, de coordenadas
simbólicas de época. Y es menester ubicar un segundo término después del tótem
(en el nivel del padre), inscripto y dibujado si se quiere en él, donde Lacan
(2005) ubica el nombre propio, como “una marca ya abierta a la lectura –por lo
que se lo leerá igual en todas las lenguas-, impresa sobre algo que puede ser
un sujeto que hablará, pero que de ninguna manera hablará forzosamente” (p. 87).
La importancia del llamado que instaura la voz en la
dimensión invocante indica un llamado a tomar la palabra, el ingreso de un “tú”
que nos inculpa y nos llama a responder. “Lacan subraya la distinción entre la
constitución del sujeto provocada por la determinación por un “Tú eres” (el que
me seguirá) de constatación, finalmente imperativo, y la generada por un “Tú
eres” (el que me seguirás) de llamada[5]”
(Balmès, 1999, p. 104). El Nombre del Padre se constituye así como
la incorporación de un llamado, y cuando ingresa a nosotros el llamado estamos
llamados a responder, hay endeudamiento. Culpa y deuda que nos a-filian (nos
filiamos con lo incorporado-identificación) desde lo trascendente, un punto de
almohadillado que da lugar al terreno de la invocación y al inicio de la
demanda. La abertura que preserva la dimensión de la llamada es “(…) el punto
sobre el cual el sujeto podrá fundar su seguridad” (Balmès, 1999, p. 104).
Si sostenemos el posicionamiento Lacaniano según el
cual “la discontinuidad de la/lengua es vencida por la continuidad lalengua”
(Ritvo, 2004, p. 163), esto reclama nuestra atención, puesto que hemos dicho
que el Nombre del Padre establece un punto de almohadillado, una discontinuidad
como forma que rompe la densidad de la materia significante. Si la continuidad
tiene que ver con la voz, que “es la consecuencia inscripta en el cuerpo de la
resonancia de algo que no puede cerrarse, interrumpirse: de todos los sentidos,
es el oído el que carece de escansión; es el lugar menos apto para eludir el
impacto intrusivo de la palabra del Otro” (Ritvo, 2004, p. 163), el Nombre del
Padre en su función apacigüante es la posibilidad de acallar la voz y también
las voces, a partir de lo cual estaremos, de allí en más, en deuda.
[1]
Registro escrito de la clase del 17 de Diciembre de 2022, dictada por Mg.
Fochi, P. (Facultad de Psicología UNR)
[2] Artículo de la Revista n°2 del
Ateneo Psicoanalítico de Córdoba (1999)
[3] Los paréntesis son míos.
[4] “hojas muertas” es la forma en la que
Lacan llamó al carácter muerto del lenguaje en las psicosis, que se manifiesta
bajo la forma de voces extraviadas (Sem X, La Angustia)
[5] Los paréntesis son míos.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
Balmès, F. (1999). El nombre, la ley, la voz. Ediciones del Serbal.
Bleichmar, Silvia (1999) Entre la producción de subjetividad y la constitución del psiquismo. Revista del Ateneo Psicoanalítico de Córdoba (2).
Lacan, J. (1984). Las Psicosis. Paidós.
Lacan, J. (2004). La angustia. Paidós.
Lacan, J. (2005). De los Nombres del Padre. Paidós.
Muñoz, P., Igartúa, L. La voz, el padre y la ley. [Anuario de investigaciones, Facultad de Psicología – UBA]. http://www.psi.uba.ar/investigaciones/revistas/anuario/trabajos_completos/28/igartua.pdf
Ritvo, J. B. (2004). Del padre. Otro Cauce
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