La(s) función(es) del analista en las psicosis.

 


  

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Diciembre 2022

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¿De qué se trata el trabajo del analista en las psicosis? En los hospitales, en el consultorio, en el centro de salud, en la salita del barrio… Cada uno de estos espacios tan distintos los unos de los otros. Ubican tiempos diversos de intervención: en la urgencia, en la espera, en el sostén. Los recursos, las posibilidades y las dificultades para diversificar la transferencia. Estamos lejos ya de aquel momento en el cual se preguntaba por la fiabilidad de un psicoanálisis en los hospitales. Atrás quedó ya el juicio que excluía al psicoanálisis del espacio público. Hoy sabemos que la clínica psicoanalítica puede dar respuesta a las psicosis no sólo en el consultorio, y la gran expansión de la elaboración clínica en esta materia es impresionante.

Pero, ¿de qué se trata la posición del analista en el trabajo con las psicosis? Más allá de los diversos espacios de implicancia del analista, debe haber puntos clínicos comunes que nos lleven a explorar aquél lugar al que el analista es llamado a ocupar en su función.

Partamos de la siguiente elaboración: la estructura es una práctica de goce. Y como es una práctica, “podremos ponernos en relación a la misma en diferentes y variadas formas[1] de esa práctica. Y pensar, así, al analista como alguien que se incluye en la estructura, también con una práctica” (Amorós, 2017, p. 19).

Nos introducimos entonces en la práctica del analista a partir de una primera función: la función de sostén del analista. Un playing que permite al analista sostener un análisis en estructuras con las que no trabajamos al nivel de formaciones del inconsciente, pero que no necesariamente ubicamos como psicóticas. Es el caso de quienes no traen sueños a sus sesiones, que no producen lapsus, pero que aún en lo superficial de un enunciado no debemos desdeñar su opacidad.  ¿Qué es lo que la presencia del analista sostiene? Podríamos decir que lo que el analista tiene que sostener es el trabajo sobre la realidad, lo que sostiene son “las operaciones que se pueden estar haciendo en la realidad con el fantasma, porque es a partir de estas operaciones que en algún momento algo se va a poder decir (…) En el sostén está el cuerpo del analista” (Amorós, 2017, p. 60). De esta formulación podemos proferir un enunciado preciso: el analista es entonces un cuerpo que sostiene. Se hace necesario entonces, ubicar dos salvedades fundamentales.

Desde 1914 sabemos que la fantasía es un punto de diferencia estructural. Allí es donde las neurosis preservan las investiduras con sus objetos perdidos. Freud nos enseña que en las neurosis no se cancela el vínculo con la realidad: se conserva en la fantasía pudiendo desprender de allí todo el trabajo del duelo. Pero lo que nos interesa trabajar es qué ocurre en las psicosis, donde las investiduras de los objetos se reconducen al yo sin mediación de la escena fantasmática, y qué es lo que sostiene el analista en su trabajo, cuando la estructura del fantasma no media entre el sujeto y el Otro, y la disolución imaginaria se hace presente. ¿Qué soporta el cuerpo del analista en las psicosis, si no es el trabajo sobre el fantasma?, ¿qué sostiene un analista cuando no se trata de operaciones en la realidad del fantasma?

La segunda salvedad es indicada por quien está en lugar de sostener no devuelve especularmente lo que viene desde el campo del sujeto: lo absorbe. En esto encontramos una segunda función del analista, quien sostiene y luego absorbe lo que es expulsado por el sujeto hacia el campo del Otro, “debe absorber ese resto de la expulsión”[2]. Es decir que el sujeto se constituye como tal en primer instancia a partir del cuerpo materno, y en una instancia posterior, tiempo de la cura, a partir del cuerpo del analista. Aquí estamos en la dimensión del deseo del analista: la de sostener el deseo (propio) con el masoquismo necesario (Amorós 2015, p 78), es decir, ofrecerse como objeto de deseo allí donde el objeto se encuentra negativizado.

De esto resulta entonces otra estructural: no hay objeto negativizado en las psicosis, punto que no hace posible poner a jugar el deseo del analista al modo del cuerpo masoquista (como objeto de deseo). Entonces, ¿qué soporta el analista cuando no hay resto?, ¿cómo poner a jugar el deseo del analista en el trabajo con las psicosis?, ¿cuál es la función del analista cuando el trabajo no es sobre el fantasma, y cuando el objeto no está perdido? En definitiva, ¿qué especificidad implica el tratamiento analítico de una psicosis?[3]

1.

Poner a trabajar la función del analista en las psicosis implica preguntarse por el desfallecimiento de esta función. Baur (2016) trabaja la erotomanía como una figura del amor cuya aparición es posible en el curso de un tratamiento, propia del movimiento transferencial. Cuando la figura erotómana se hace lugar adquiere una función de indicador: denuncia que el analista se ha corrido de su función, ha quedado expuesto frente a la suposición de goce del Otro, se ha convertido en ese Otro sin ley que mortifica al sujeto de la posición erotómana, su deseo (el del analista) se ha aplacado o bien el analista se ha impotentizado frente a la complejidad psicótica (2016, p. 44).

En el mismo sentido, De Battista (2015) trabaja un caso al que llama “El espectador espiado”, en el cual la analista advierte que de continuar en la dirección de soporte del deseo (deseo de su paciente de concretar una pareja y en torno a su sexualidad), el paciente tendría que vérselas con crisis reiteradas que denuncian el encuentro con su sexualidad maldita. Por lo que, las crisis psicóticas acontecidas ubican la pregunta de la autora por su posición como analista, que vendría a ser algo así como una equilibrista entre la posición de guardián de los límites del goce, una ambición a la que ella llama pedagógica en algún punto, y la posición de analista como soporte del deseo del sujeto, a la que ubicará como la línea terapéutica (pp. 182-195).

Ubicamos a la posición del analista como lo que está en el centro de la respuesta de un analista, a partir de lo cual, la cuestión del deseo del analista no se reduciría a una cuestión técnica o estratégica (De Battista, 2015, p. 195). En ambas situaciones mencionadas, el desfallecimiento de la función del analista es señal de que algo ha vacilado en la posición que es llamado a ocupar.

Esto no es inevitable clínicamente, y nos lleva a subrayar la singularidad del caso por caso. Entonces mi pregunta se amplía, se pluraliza, ya que hemos encontrado que no se trata de asumir una única posición en todos los casos, que no hay una sola función del analista en las psicosis, sino que existen diversas posiciones a asumir en su función, según se trate de cada caso, al incluirse con su práctica, en una práctica de goce como es la estructura psicótica, en transferencia.

2.

Hemos advertido que la función del analista no se agota en una única posición. Fue a lo largo del desarrollo de la clínica psicoanalítica en el campo de las psicosis que se han trabajo y retrabajo los diversos modos de intervención analítica, desde las posturas más alienistas (el analista como aquel que toma notas) hasta aquellas que han demostrado la contribución de los psicóticos a la humanidad (Van Gogh, Dalí, Joyce, Artaud, el mismo Schreber).

En primer lugar, la posición de secretario del alienado formulada por Lacan pone a punto a los analistas y es radical. Recoge el término de Jean Pierre Falret para torcer ampliamente la posición del psicoanálisis frente las psicosis: Para Lacan (1955) si se sabe escuchar, el delirio de las psicosis manifiesta de manera notoria la posición específica que el sujeto tiene en relación al lenguaje, y por eso su testimonio tomado al pie de la letra adquiere todo su valor (p. 298). Este acto de Lacan subvierte el lugar del saber, que de aquí en más estará reservado para el sujeto de la psicosis, y en el mismo movimiento interpela radicalmente el lugar desde el cual se escucha. Leibson (2013) sostiene que “después de aquellos textos de Lacan las psicosis quedan ubicadas como un conjunto de fenómenos (clínicos) que muestran (en sentido fuerte, exponen, evidencian) un modo de estructuración discursiva y, por ende, una forma de subjetividad” (p. 11).

Lacan en 1987 propone comenzar con “una sumisión completa, aun cuando esta sea enterada (y solamente si esta es enterada), a las posiciones propiamente subjetivas del enfermo”[4]. Aun así, la posición de secretario del alienado “recubre diferentes acepciones: van de la pasividad del analista a su actividad: puede tratarse de tomar el testimonio del psicótico al pie de la letra, acompañar la construcción de una solución, hacerse el destinatario o depositario del texto psicótico, contribuir a la traducción o ayudar a nominar” (De Battista, 2015 pp. 95-96).

Más allá de la advertida sumisión al modo psicótico, habría una “implicación calculada” de parte del analista (De Battista, p. 95). No solamente se trataría de cierta sumisión necesaria o docilidad frente a la psicosis, en una posición más bien de secretario propiamente dicho, sino además  una implicación del analista en posición de sujeto. Detenemos la pelota en este punto, para avanzar más adelante sobre esto.

3.

Hay otro lugar para un analista, aquel que pone a prueba su modo ético y político de concebir las cosas. En el caso de “El emperador esclavizado”, trabajado por De Battista en su libro (2015), el material clínico nos muestra los efectos del deseo del paciente en su articulación con el goce. “La posición del analista parece ubicarse más bien del lado de semblante de objeto, de quien causa un trabajo, soporta en su presencia un deseo y se hace causa del deseo del analizante” (p. 195). Este movimiento que la analista realiza subraya su posición, el centro de su respuesta, que es la de hacerse soporte del deseo del sujeto, creando un artificio que anuda un deseo tambaleante, sobre el cual el ser del paciente intenta afirmarse.

Veamos cómo lo enuncia:

La idea de soporte del deseo es que el deseo es insostenible en su falta y requiere cierto artificio.

El analista en esta posición está llamado a localizar aquello que puede funcionar como soporte del deseo para un sujeto, teniendo en cuenta de que lo que hace nudo del deseo en la psicosis podría ser “un nudo flojo, inestable”, al que analista debe hacer soporte en tanto causa.

El paciente se sirve del analista, lo utiliza y luego lo deja caer. (De Battista, 2015, pp. 195-196).

Leibson (2013) afirma que el analista quiera o no, estará vinculado a ese objeto a que el psicótico tiene en el bolsillo. El analista en su posición estará “metido” ahí [5] (p. 34). Podríamos sumar, a condición de que ese deseo se sostenga más allá de él, en la presencia del analista. El nudo synthome podría aquí abrirnos el camino hacia una ulterior investigación, donde se indique la importancia clínica del caso por caso, a fines de que la singularidad y el rasgo impulsen la creación de los artificios necesarios para diversos momentos de mortificación psicótica.

4.

Lo que iba a ser la carretera principal de mi trabajo se convirtió en vehículo, un medio para explorar rutas. El enunciado que primeramente llamó mi atención durante el cursado de este Seminario fue el siguiente: el partenaire del sujeto psicótico sostiene algo del sentimiento de sí[6]. Aparece aquí un concepto ligado por Freud al narcisismo[7]. De ahí surge mi pregunta por el analista situado transferencialmente en tanto partenaire, articulándose con un componente narcisista de la vida amorosa del sujeto.

Creo poder dar un último paseo por estas rutas, advirtiendo que el trabajo debería extenderse más aún, por las vías del analista en su función de limitar el goce, o de aquel analista que nos mostró Lacan en su presentación de enfermos que implica al sujeto de la división subjetiva, y quien sabe por qué funciones más. Pero aquí la pregunta por una posición del analista que está en relación a algo muy íntimo del sujeto insiste.

¿Qué es un partenaire? “El partenaire puede ser desde un objeto amoroso, una fantasía hasta Dios” (Baur, 2016, p. 51). Es un socio, con quien se sabe algo en común. Un sostén, un partner, un compañero de baile. Aporta lo propio y por eso el sujeto no usa a cualquier semejante, ni cualquier cosa como partenaire. Hay algo en la presencia del partenaire que suple y estabiliza. ¿Ofrece algo así como una prótesis?, ¿cuál es la relación entre un partner y el cuerpo narcisista?, ¿cómo pensar la función del analista como partenaire?

Siguiendo a Leibson (2013), decir y lenguaje parasitan el cuerpo del sujeto de las psicosis, trastornándolo al punto de que el cuerpo ya no es solamente una organización imaginaria, sino una extraña consistencia que soporta un texto, consistencia que podría perderse o tomar formas de lo más extrañas (pp. 7-14). En esta línea, un partenaire sujeta al cuerpo narcisista, sostiene algo que no está en relación a una fantasmática ni a una identificación conformista, ni tampoco en relación a esas identificaciones imaginarias de las personalidades como si de las psicosis.

Un partenaire sostiene una imagen unificada del cuerpo que sujeta al psicótico a un más allá de la imagen[8]. “La imagen unificada con la cual el yo puede identificarse requiere un territorio real en el cual sostenerse” (Baur, 2021, p90).

El sentimiento de sí hunde sus raíces en el narcisismo primario, y se presenta como un compuesto que relaciona necesariamente la imagen y lo real. “Las relaciones con los semejantes se hacen posibles, vivibles quizás, en la medida en que se pueda contar con un narcisismo despegado de lo especular, con disponibilidad libidinal” (Baur, 2021, p. 90). En esta vía, la autora subraya la fuerza de la dimensión real en la fuente del narcisismo.

El aspecto del sentimiento de sí se encuentra entramado con el lazo y el reconocimiento del semejante y del Otro. Baur (2016) se pregunta cómo es posible sostener una relación con el otro semejante cuando lo que hay es una disolución imaginaria, un trastorno a partir de lo sucedido a nivel simbólico (p. 57), y propone trabajar el concepto de philía para pensar este más allá. El lazo philial, vocablo griego que refiere amistad pero que se extiende mucho más que este campo, abarcando todo tipo de relación, o de comunidad[9] basado en lazos de afecto, de cariño o de amor (Calvo Martinez, 2007, como se citó en Baur, 2016).

En el lazo philial habría un querer mutuo y reciprocidad, y puede ser interpretado en términos de mediación en una relación imaginaria que otorga reconocimiento (Baur, 2016, p. 58).  Un reconocimiento por parte del semejante que no se agota en el lugar del Otro ni en el lugar de la imagen, sino que encuentra un soporte más allá. El analista en el lugar de partenaire estará entonces recubriendo, mediando y por lo tanto sosteniendo un modo relación que estará de esta forma algo velada, por así decir, del sujeto psicótico con un Otro absoluto. Relación que de no estar mediatizada se presentaría de forma directa, insoportable, como tantas veces hemos atestiguado en el padecimiento de los sujetos.

Esta cuestión me lleva a pensar mi propia práctica, en el encuentro con las psicosis, en las veces en que es una misma quien se angustia, quien se avergüenza o quien siente pudor ante ciertas escenas. Como si uno prestara el propio cuerpo, donara algo de la huella significante mordiendo un real. El cuerpo del analista introduciéndose en la estructura con una práctica específica, que no sería otra que un trabajo de lo real que sucede sin saberlo, en un punto de sorpresa y de oscuro desconocimiento, pero del que estamos advertidos. Lacan (1958) apropósito nos recuerda sobre el analista “su acción sobre el paciente se le escapa junto con la idea que se hace de ella” (p. 563).

Me pregunto si algo de este borde, si algo de este cuerpo propio que hace síntoma por dos anuncia un punto donde el analista se encuentra concernido en su función, más allá de las técnicas o de las estrategias: concernido en su dimensión más política. Lacán en 1958 dirá “concernido en su falta en ser”: “El analista cura menos por lo que dice y hace que por lo que es” (p. 561).

La dimensión política del analista es la que concierne a su posición en la cura. La dirección de la cura se define por la función del deseo del analista: “es el deseo del analista lo que en último término opera en un psicoanálisis” (Lacan, 1964). Hacer del hecho de la psicosis un discurso de un texto y apostar a leer ahí algo del cuerpo, tomado de una manera peculiar por este goce, será efecto de la posición (y del deseo) del analista (Leibson, 2013, p. 32).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Amorós, O. “El cuerpo del analista”. Otro cauce. Rosario, 2017

Baur, V. “Figuras del amor en las psicosis”. Bs. As. Letra Viva, 2016.

Baur, V. “Hacia una delimitación conceptual y clínica del sentimiento de sí” en Congreso – Memorias 2021. Universidad de Buenos Aires, Facultad de Psicología, 2021.

De Battista, J. “El deseo en las psicosis”. Bs As. Letra Viva, 2015.

Freud, S. “Introducción al narcisismo”. Bs as. Amorrortu, 1979.

Lacan, J. “El Seminario. Libro 3. Las psicosis”. Bs As. Paidós, 1999.

Lacan, J. “La dirección de la cura y los principios de su poder”. La psychanalyse, vol. 6, 1958.

Leibson, L., Lutzky, J. “Maldecir la psicosis”. Bs As. Letra Viva, 2013.



[1] Las cursivas son mías.

[2] En relación a esto, me resulta muy interesante todo el trabajo que Amorós realiza en su libro “El cuerpo del analista” (2017) sobre el concepto de identificación proyectiva de Melanie Klein.

[3] Pregunta formulada en el programa del Seminario “Psiquiatría y Psicoanálisis”.

[4] Los paréntesis son míos.

[5] “La posición del analista frente a la psicosis, ¿sería algo como quedar metido en el ‘bolsillo del psicótico’? (Leibson, 2013, p. 32)

[6] Desde allí comenzó mi camino de lectura que me llevó hacia otros lugares en la producción de este trabajo.

[7] El enunciado fue dicho por Vanesa Baur en su clase del 1 de Octubre de 2022. En “Introducción al narcisismo” de 1914 Freud dice que “tenemos que afirmar que el sentimiento de sí depende de manera particularmente estrecha de la libido narcisista” (p.95).

[8] Clase del 1 de Octubre dictada por Mgtr. Vanesa Baur.

[9] Las cursivas son mías. Pensar la philía en la comunidad, el reconocimiento y la reciprocidad en los lazos comunitarios, abre todo un campo de trabajo que las prácticas comunitarias vienen desarrollando fundamentalmente a lo largo de los últimos veinte años en nuestro país, a partir de las lógicas desmanicomializantes.


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