El disparate. Tomar a la traidora palabra a la letra.
Marzo 2020
***
Piso radiante. Primero rojizo, luego madera.
Un paso, dos pasos, tres. Murmura la revista
encendida en la tv. La sala llena aunque mis oídos reciben un paisaje vacío: el
silencio. Se huele paciencia y respeto.
Cruzar lo horizontal de la línea, lo que llamamos
marco, con serias razones para serlo.
Paso a otra escena: un palier. Me encandila lo blanco que resulta este limbo,
una sala intermedia entre la sala de espera y lo que –al menos por hoy -
oficiará para mí de consultorio.
Puerta, puerta, puerta, puerta. Ocupado, ocupado,
ocupado, libre. Listo. Entro.
Cables, máquinas, camillas, equipos. Temo haberme
equivocado de lugar.
No me inhibo. Busco una silla: busco dos. Armo un
como si. Una escena. “No importa el lugar,
lo importante es este entre”, pensé, casi señalando
mentalmente el nuevo espacio creado: dos sillas enfrentadas.
Ya había oído sobre F: una paciente de 26 años
que llegaría a esta nueva escena hablada por otres. En principio, derivada por
su anterior Psicóloga, una compañera que finalizó este mismo curso: Inicios de la Praxis del Psicoanálisis en
el Hospital.
Yo, que ‘justo andaba por ahí’, había escuchado
algunas palabras que hablaban de F; ya conocía lo que oficiaba de su diagnóstico
para la institución hospitalaria, y sabía más o menos por ‘dónde andaba ella’,
o al menos que ‘eso no andaba’ o que ’andaba demasiado bien’.
Sin embargo, a pesar de conocer los supuestos,
decidí jugar al juego del cieguito y ofrecerme como semblante vacío. Freud
decía que si el analista identifica rápidamente al paciente con lo que ya sabe,
corre el riesgo de comprender demasiado rápido. Lacan también lo decía en 1955 en
“Variantes de la cura tipo”: “Lo que el
analista debe saber: ignorar lo que sabe”.
Y lo que yo definitivamente no sabía, es que aquello que oficiaría de diagnóstico de F para la
institución, este ticket de ingreso a la gran máquina que no es justamente la
de ser feliz –como diría Charly- ; este
papelito-boleto sería para F una entrada cara… muy cara. Pagada en incómodas
cuotas. Un núcleo inquietantemente quieto, dogma, ortodoxia a partir de la cual
F construiría un saber.
VIÑETA:
F - “SOY
retraso mental”
X - “¿En
serio? No me había dado cuenta!”
F - “Sí, tengo 5 años menos”
X
- “Qué suerte, sos más joven!”
F se ríe
Recorté esta escena a modo de viñeta porque
casual o causalmente es el primer diálogo que mantengo con F: representa para
mí la posibilidad de pesquisar alguna demanda y el disparador del presente
escrito.
El trabajo comienza allí.
El
chiste (Witz) como trabajo metonímico.
Freud dice que el chiste conserva intacto el
juego con la palabra o con el disparate, y que funciona cuando ese juego o ese
disparate pueden ser admitidos y provistos de sentido, en función de la
polisemia de las palabras y de la diversidad de lo pensado.
Entendemos que no hay chiste sin un otro que se
ría, que lo admita y lo sancione como
tal. Aquí, el recorte de la viñeta se cierra con la risa de F, es ella quien
sanciona mi chiste.
¿Cuántos nuevos sentidos se podrían inaugurar a partir de un chiste? Un chiste que
descubro après-coup porque, como todo
disparate, fue espontáneo, y cuando fue sancionado ya no se pudo contar.
¿Qué significados podrían figurarse, dibujarse a
partir de un trabajo metonímico que deslice un trasfondo de sentidos? Ante una verdad
que instala en F el diagnóstico de RETRASO
MENTAL: significante que en tanto tal no significa nada y que en esa
sincronía del espasmo arroja por fuera al sujeto que ya no puede enunciar. Significante que hace signo, sello.
Una marca de nacimiento. Un papel que daría inicio
a una nueva objetividad: del tener al ser. Porque F dice “soy”, dice “soy retraso
mental”, y esto hace acto: inaugura una nueva objetividad: Lo que F ES está escrito en el papel,
y su discurso a partir de allí será objeto de ese ser; F será objeto de un
palabrerío.
Inmediatamente allí es que pienso en esta
particularidad del hospital y sus diagnósticos: es imposible hacer una lectura
sin mencionar el contexto: estamos en el Chalet de Rehabilitación del Hospital
Escuela Eva Perón, y supongo que alojar este modo de presentación se impone casi
como ley.
Pero este diagnóstico invita a F a tomar a la
traidora palabra a la letra, y es ahí donde el chiste puede aparecer como algo
que desbarata el sentido, que ofrece polisemia, que desliza un trabajo metonímico
y ofrece nuevos flujos de sentidos que, en el mejor de los casos, se
desplazarán por la cadena significante y se fugarán nuevamente. Lo importante no
es que los sentidos se impriman, cual sellos que se suman a una carta de
presentación. Lo importante es que los sentidos circulen.
No voy a negar que por un instante pensé que con mi
comentario sólo ganaría el rechazo de F. Digo, porque después de todo el
chiste, que no trabaja por la vía del entendimiento, desestimó -en algún punto-
su carta de presentación, las palabras a las cuales F se aferraba y que hablaban
de ella. O mejor dicho: las palabras que hablaban por ella.
Algo comenzó a jugarse allí: tomar la certeza de
su diagnóstico para devolverla en forma de pregunta y mediada por un chiste. Si
algo hemos aprendido del psicoanálisis es que un análisis sólo es posible
cuando el analista puede hacer la apuesta de que allí hay un sujeto, y es allí
donde apunta la pregunta.
Esto, como Lacan nos enseña, es la invitación a
la transferencia: “La transferencia sólo
puede pensarse a partir del sujeto a quien se le supone un saber. (…)Se supone
que sabe eso de lo que nadie escapa una vez formulado: simple y llanamente la
significación. Esta significación implica, por supuesto, el que no pueda
rehusarse a ella”. Y en este punto fui yo quien le supuse a F un saber
distinto sobre esa verdad que era su diagnóstico. Era ella quien tendría la
clave para descifrarla.
Jean Allouch dice que “en cuanto un sujeto se encuentra implicado en un asunto, le es
necesario pasar por el cifrado. Hay
cifrado allí donde algo está en juego.”
Y llama transliteración a “la operación en que lo que se escribe pasa de
una manera de escribirse a otra manera”.
Y eso fue lo que intentamos hacer con F, desde el
momento en el cual se dio este disparador que virtualmente llamé viñeta, y en
la sucesivas sesiones: intentamos escribir letra
por letra su historia, transliterar,
es decir: representar los signos de un sistema de escritura – al que llamo: la
escritura nosológica- mediante los signos de otro – al que llamo: la propia
historia de F, sobre la cual ella sabe.
En aquella primera sesión, F relató el momento traumático
en el que encontró aquel papel escondido en un cajón, el que aseguraba su
diagnóstico, el “certificado de defunción” lo llamo yo.
Lo relató así, a secas, sin mucho más: abrió un
cajón y lo encontró. F: “El papel decía
que yo tenía la inteligencia de alguien de cinco años menos”.
Lo llamativo es que luego de algunos encuentros,
F volvió a rememorar este momento traumático de colisión con ese papel-oráculo.
Lo sorprendente es que esta vez, además de recordar la escena, pudo
reelaborarla y sumar un poco más de material. Así, aporta el siguiente dato: “Agarré el papel y a escondidas corrí hasta
el kiosko para sacarle una fotocopia. Volví, guardé el papel original en el
cajón donde estaba y me guardé la copia sin que nadie lo sepa”.
La lucidez que F tuvo en aquel momento me sorprendió
muchísimo, y por eso le pregunté cuántos años tenía en aquella ocasión, a lo
que ella me respondió:
F - “diez”
A lo que yo le respondí:
X - “Entonces
supuestamente tenías cinco”.
Hice una pausa y agregué:
X- “Impresionante”
F se rió
Siguiendo este lineamiento, con sólo cinco años F
logró idear semejante plan. Es increíble lo superdotada que sería -ateniéndonos
a los signos del sistema de escritura nosológico.
Pero tomando las cosas en serio, hasta me
sorprende pensar que una niña de diez años pueda elaborar un plan así.
Obviamente jugamos con esto. Forzamos hasta el
límite la palabra vacía; nos burlamos del significante; encendimos la maquina
en “modo centrifugo” y creo que al menos en esos momentos el significante RETRASO MENTAL pasó de no significar
nada a ser un paréntesis, una risa, un guión, un conjunto de puntos suspensivos…
Y sin dudas algo de esto pudo enlazarse con otros significantes y conectarse al
menos con algunos significados.
(soy)
Retraso mental – (soy) Hija – (soy) Madre – (soy) Mujer – violencia de género –
nervios – violencia
Así, creo que algo del nombre propio se puso en juego.
SOY la que tiene un RETRASO MENTAL, SOY la madre de una niña, también SOY
mujer, y SOY otras cosas más. Intento de delimitar el lugar del Otro Otro, de
un Otro SOY que el del papel escrito.
X:
“Alguien puede acompañarte a Tribunales a hacer el trámite. No porque sola no
puedas, sino para hacer más liviana la cosa”.
Un día vino y dijo: “antes era chica”, refiriéndose a algunas cosas que le habían pasado
hacía nada más que dos años. Yo entonces escuché “ahora soy grande”. Creo que fue una manera de explicarlo, de bañar
con significación lo que pasaba per sè y sin que ella se anoticie, lo que la
dejaba en la perplejidad, en el límite de la enunciación.
Las neoformaciones significantes logradas a
través de la agudeza del chiste superan el soporte de la palabra, presentan un
colapso de los significantes que se encuentran comprimidos o embutidos unos con
otro. La técnica del chiste descripta por Freud es la técnica del significante:
donde la metáfora consiste en la sustitución de un significante por otro dentro
de la cadena significante, y en la relación de sustitución es donde reside su
mecanismo creador. En ella no sólo preside la creación y la evolución de la
lengua, sino también la creación y la evolución del sentido, siempre nuevo, que
se complejiza, profundiza y desliza metonímicamente (Lacan, 1999).
Jean Allouch en “letra por letra” habla de la traducción de lo literal de los
psicoanalistas, y llama debilidad
(mental) a ese leer las líneas,
en contraposición a la inteligencia,
que sería un leer entre líneas. Y
dice: “no basta hoy con que un psicoanalista invoque a Freud y a Lacan para que
estemos seguros de que no hace de la teoría psicoanalítica un uso de esa
calidad que da la primacía a la inteligencia sobre la debilidad mental”.
Bajo este
punto de vista:
¿Qué
tan propensos somos de ser retraso mental?
O mejor
dicho, ¿cuántos de nosotres ya hemos SIDO
alguna vez –y seguiremos siendo- RETRASO MENTAL, tomando la traidora palabra a
la letra?
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