Aproximación a la creación de un cuerpo artificial.
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Octubre 2024
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En el presente trabajo realizaremos una aproximación a lo que el arte pareciera provocar mediante el mecanismo de la sublimación y la creación de un cuerpo artificial. Nuestra intención no es realizar un trabajo exhaustivo sobre el tema, que es sumamente amplio y complejo, sino más bien dar cuenta del recorrido por el Seminario Estética y Psicoanálisis y a su vez por diversas lecturas a partir de interrogantes suscitados en nuestro proceso de exploración.
Comenzaremos tomando la siguiente formulación de Estética de lo pulsional de C.Kuri (2015):
La sustracción de algo de la imagen instaura
el cuerpo de una manera diferente a la imagen narcisista del cuerpo; y si bien,
lo sabemos, el estatuto de ese cuerpo, más próximo a la carne, a la libra de
carne del Mercader de Venecia (…) que a una imagen, Lacan lo hace
declinar hacia la angustia, hacia el fantasma, hacia la castración simbólica en
lo imaginario, hay también en eso un tipo de problema que nos permitirá
considerar lo que el cuerpo introduce en la sublimación (p. 22).
Estamos de acuerdo si decimos que la construcción del cuerpo involucra
una negatividad: si en su consolidación no se tacha algo de la imagen especular
no hay pulsión. Así, hay algo del cuerpo que escapa al propio cuerpo, que se
constituye en un afuera: de aquí la afirmación sobre la imposibilidad de mirar
mi mirada. Se parte de una invisibilidad para poder ver, de una tachadura para
que algo de la sensibilidad entre en juego, de un cuerpo fuera del propio
cuerpo[1].
Siguiendo a C. Millot (1993), lo que el artista crea no es otra cosa que
una visión, o más bien lo que ésta hace surgir en vacío, por un efecto de
ilusión óptica: una mirada. La obra artística realiza algo que resultará
imposible de otra manera: crea una mirada y la hace visible (p. 64). El artista
entonces ¿crea un cuerpo?, ¿crea un
órgano?, ¿crea un lenguaje de órgano?; ¿cuál es el papel de la sublimación en
todo esto? Por el momento lo que podemos decir es que el artista con su
obra crea un cuerpo que estaba invisible, hace visible lo que permanecía
invisible, convoca un cuerpo que antes no estaba, o como nos dice Merleau-Ponty
(1960) provoca un Unverborgenheit de la Verbogenheit: un
desocultamiento de lo oculto (p. 224).
Partir de esto nos lleva a considerar el problema de la sensibilidad más
allá del cuerpo narcisista, en el sentido de que “hay algo fuera del alcance
fenoménico del cuerpo (la negatividad que se aloja en el tocar (…) que es lo
que hace que el cuerpo no sea un hecho empírico), como hay algo fuera del
alcance del cuerpo como imagen” (Kuri, 2015, p. 26). Lo invisible de la visión,
lo inconciente de la conciencia son el reverso, ese otro lado del Ser
sensible, un Selbst que es Otro
(Merleau-Ponty, 1960, p. 225) y que no parece estar allí listo para ser
descubierto sino que emerge precisamente en los puntos donde eso no está: un
hueco en el sentido más éxtimo del término. De este modo, la tarea del artista
es hacer aparecer lo invisible, en un sentido más bien de revelación y
producción al mismo tiempo, en el punto de lo que produce como invención.
Siguiendo a C. Millot (1993), quien trabaja la escritura de Proust como
deriva artística, la vocación del
escritor será precisamente un llamado a esto Otro. Así, el arte literario
consistirá en pasar de una escritura jeroglífica a otra escritura cuya cifra
hay que inventar, la de la obra (p. 63). A su vez, Lacan (1979) afirmaba que lo
que es creación del pintor está estructurado de un modo muy diferente para
nosotros; se trata de la creación tal como Freud la designa, es decir, como
sublimación. Lo que se revela en la obra artística a través de la sublimación entonces
no será otra cosa que lo que se oculta en aquello ajeno, siendo esto
precisamente lo que se oculta en nosotros mismos, a lo cual podremos acceder
mediante la obra artística. Pero, ¿cómo
es que sucede, y en qué dimensión de la cosas esto ocurre?
Decíamos que la obra construye artificialmente una mirada, un rasgo de
estilo de la obra y del autor, un Nombre. Es una construcción. Dijimos, la obra
hace visible la mirada, hace visible lo invisible. Pero no se trata de un
reverso mecánico o un juego de anverso y reverso: El hacer visible es captar
la fuerza, embolsar con la pintura una sensación[2],
producir una invención mediante un artificio.
La idea de artificio es fundamental aquí ya que es con este que se va a
construir lo que creemos es lo invisible o lo inaudible, y el cuerpo que existe
a partir de eso. El cuerpo con cada música, con cada obra artística, literaria
o poética, va a encontrar puntos de acción, de motricidad, de movimiento y
voluptuosidad distintos. Así, existen partes del cuerpo y movimientos del
cuerpo que serán creados por la música, por ejemplo a través de la danza. O
como en el caso del músico que ha sido invitado al Seminario Estética y Psicoanálisis, hay un cuerpo que
danza en el imaginario del instrumentista. Sin embargo, ese cuerpo que se mueve
en el imaginario no es el mismo que el espectador ve reflejarse en los
movimientos del instrumentista: siempre habrá intersticios y señales de un
cuerpo que no se realiza exactamente.
El artificio del artista será una invención indispensable. El estilo entonces
no pasará por un problema de técnica[3], sino
por la constitución de un Nombre Propio (ejemplo: el “amarillo Van Gogh”). En
estas vías, ¿qué construye el artificio
estético?, ¿qué cuerpo estético inventa el estilo con ese cuerpo?
Penetramos la pregunta por el olfato, por la activación de las papilas
gustativas de las magdalenas remojadas en té y la construcción de un cuerpo a
partir del arte de Proust. En esta dimensión de las cosas estamos frente al
problema de la construcción del cuerpo a partir de la sublimación.
El artificio es entonces el lenguaje del arte, y en este sentido
podremos decir que el mecanismo de la sublimación implica un salirse de sí. A partir de allí, desde
la dimensión de la música, de la poesía o de la pintura se construye un cuerpo fuera de sí: este es el
artificio[4]:
“Se trata del carácter centrífugo que tiene el goce para el cuerpo, teniendo en
cuenta que no estamos frente a una cuestión tópica (…) sino de una cuestión
económica, esto es, por la tensión, la excitación que provoca la disyunción
entre el cuerpo y el goce, el hecho de tener que ir a buscar mi goce fuera de
mi cuerpo” (Kuri 2015, p. 26). A partir
de allí lo que se construye es desde un vacío al que automáticamente intentamos
llenar de ficciones.
Creemos que la poesía o la música expresan nuestros sentimientos, cuando
en realidad no expresan más que los a priori de la sensibilidad, lo preliminar,
limitándose a calcar su dinámica sobre la de nuestras emociones. A este a
priori de la sensibilidad la llamamos pulsional: toda una economía que mueve la
circulación de la sangre hasta la excitación, que implica un crecimiento o
decrecimiento de nuestra intensidad sensible. No se expresa la tristeza, sino
ese puro hundimiento del cuerpo y del alma que le es subyacente: tensión y
distensión más que placer y tristeza. La música como “lenguaje anterior a las
palabras” (Millot, 1993, p. 53) vibra en la dimensión de la afección más que en
el sentimiento[5].
C. Millot (1993) trabaja estas “impresiones misteriosas” insistiendo en el carácter no subjetivo de las
mismas, tomándolas como real. Ellas exponen marcas impresas sobre nosotros por
algo exterior, análogas a una letra inscrita en la carne (p. 62) cuya impronta
hemos sufrido, implantándose en el cuerpo como lo extraño, como huellas
provenientes del Otro, de algo otro que muestra su existencia pero desde lo
cual nos constituímos.
En este sentido, la impresión como lo único que se tiñe de verdad, es
lindante a la vez con el sujeto y con el Otro, es lo que los une, su esencia
(deseo) común, y posee ese carácter de
extimidad por donde lo ajeno se reúne con lo íntimo (Millot, 1993, p. 63). En
este sentido, ¿cómo es que lo ominoso
pueda estar comprometido aquí? En el sentido de que ello implica una
categoría sumamente potable para pensar este punto lindero que es lo
familiarmente extraño.
Avancemos entonces en esta línea por la que venimos situando lo que
elabora y produce originalmente un artista a través del mecanismo de la
sublimación, evidentemente distinto al material de las formaciones del
inconciente. Para esto nos interesa acercarnos al análisis que C. Kuri realiza sobre
la obra de Nicola Costantino en su escrito Una
estética de lo ominoso (2014).
La obra de Nicola nos enseña que si se le exige al cuerpo tocando lo reprimido
lo que se provoca es rechazo. Nicola Costantino nos dice: “Busqué la forma de
presentar el animal de una manera realista pero prescindiendo del cuerpo
verdadero, que es lo que puede causar asco” (Kuri, 2014, p. 110). Asco,
vergüenza, moral: diques anímicos de la represión ¿cómo es que el asco en este caso influye poniendo un límite a lo que
puede ser considerado como arte? Creemos que de esto se trata la idea de W.
Benjamin retomada por Kuri (2014) de que es necesaria cierta distancia (“dos
metros”) para tocar el cuerpo; de lo contrario no podremos decir que algo sea
arte.
Así, la distancia se torna un factor indispensable para interrogar al
arte: “distancia es aquí suspensión del lazo con el objeto, esto resulta
determinante para que la pulsión ingrese
en otro dominio de sensibilidad” (Kuri, 2015, p. 37). De lo que se tratará en
Nicola es de “la construcción de una nueva subjetividad; su obra no usufructúa,
no se apoya en el realismo del asco, el impacto directo sobre la sensación”
(Kuri, 2014, p. 111). Quedará de este modo establecida con la sensación
empírica una distancia que será decisiva, que implica el artificio de una
creación, una artificialidad de la artista en pos de proteger algo de la
intimidad sin alojarse en la sensación de repugnancia empírica.
“La mezcla paródica entre lo íntimo y una distancia casi teatral resulta
clave para explorar zonas siniestras de la sensación” (Kuri, 2014, p. 111),
siendo que la lejanía con el objeto es básicamente una condición de lo
estético. En este sentido, en Una estética de lo ominoso el autor plantea
que es probable que el impacto de la obra de Nicola tenga su efecto en lo que
consigue implantar en el cuerpo, y no a nivel del código semántico moral,
perceptivo o sexual: “el sentir que se siente, el ver que se ve, no es
pensamiento de ver o de sentir, sino visión, sentir, experiencia muda de un
sentido mudo” (Merleau-Ponty, 1960, p. 220). La distancia quizás pueda ser ese
punto de partida que permitirá que el cuerpo se desplace de la vida sexual del
objeto a la sensibilidad artificial de la obra.
Ahora bien, el arte de Nicola quizás proteja algo de nuestra intimidad,
y creemos que es precisamente por esto que nos conduce -“a salvo” pero no sin
ensuciarnos- hacia zonas siniestras del sí mismo, a través de la materialidad
de una obra que se presenta como algo Otro que hace visible lo oculto en
nosotros mismos. Tal vez uno de los
hechos fundamentales es que los objetos de Costantino nos muestran “aquellos
estados del cuerpo que es necesario suprimir a la vista. Lo fetal, lo
cadavérico en la comida, lo inhumano
invaginado en la moda; la carne (más que el cuerpo), la piel, el cuero y
la cabellera humana muestran el revés ominoso que confecciona la vestimenta”.
(Kuri, 2014, p. 112). Así, se establece una nueva sensibilidad del tormento
en la estética de la obra, la cual debemos diferenciarla (aunque se presenten
juntas, casi como anverso y reverso) de la ética que nos llevaría hacia una
hermenéutica.
En este sentido, la obra de Costantino expone la relación entre la ética
y la estética, indicando que existe algo para lo que nuestro cuerpo aún no está
preparado, que “aún no hay cuerpo para esa estética, que es lo mismo que decir
que se trata de otro régimen de sensación” (Kuri, 2014, p. 114). Sabemos que
una obra artística es tal cuando algo nos toca antes de pasar por el concepto,
en el sentido de que la única forma en que el lenguaje no degrade la obra es
operando de forma descriptiva: “digámoslo mejor: el problema estético comienza
en el punto en que se desvanece el sujeto” (Kuri, 2015, p. 9). Estamos en el
nivel de la afección, de la agitación sensible del acontecimiento estético.
Siguiendo a Kuri (2014), la provocación de una obra por lo tanto no será
ni ética ni ideológica, sino que encuentra/crea en el margen fronterizo entre
el cuerpo y otra cosa una sensación que invade al espectador. La idea puede ser
una palanca, un apuntalamiento o un apoyo, pero ella “se deshace en la obra”,
esta última al servicio del cuerpo y de funciones meramente corporales (p. 115).
Ahora bien, en relación a lo ominoso que constituye la estética de la
obra de Costantino ella apunta a hacer visible todo aquello que debería haber quedado
oculto y secreto: dispara hacia lo reprimido en el prefijo Un-heimlich.
Lo ominoso tiene su raíz sexual, tiene que ver
con los representantes pulsionales reprimidos. Sin embargo, lo inquietante que
implica lo ominoso difiere de otros modos de tramitar la represión y sus
irrupciones. No podríamos ver allí un síntoma neurótico ni un modo usual de la
angustia. Todos hemos sido tocados, fugazmente, por alguna experiencia que nos
recorre el cuerpo con el signo de lo extraño; todos, en alguna ráfaga, hemos
visto nuestra imagen sin reconocerla como nuestra, hemos visto a otro, hemos tratado
de esquivarla (…) ( Kuri, 2014, p. 120).
El arte dispone precisamente de ese territorio. Freud nos dice que lo Unheimlich es aquel ámbito marginal de
la estética de la cual muchos parecían no interesarse, siendo más explorada la
dimensión de lo bello, grandioso o atractivo que lo que produciría horror o
repulsión (Freud, 2013, p. 219).
No es por lo manifiesto que podemos decir qué es el arte: el arte apunta
a lo inconciente, y en este sentido lo ominoso no implicará algo nuevo o ajeno,
sino “algo familiar de antiguo a la vida anímica, sólo enajenado de ella por el
proceso de la represión” (Freud, 2013, p. 241). Lo ominoso ha salido a la luz a
partir de un cuerpo artificial que obedece al estilo del artista quien, como
decíamos, inventa un lenguaje de órgano “desprendiéndose
de la fascinación ejercida por el objeto” (Millot, 1993, p. 63), produciendo
una conversión que consiste en buscar
la clave de ello en sí mismo, es decir, inventando
su equivalente.
[1] Notas de la clase del 11 de Mayo de 2024, dictada por Dr. Carlos Kuri en la Facultad de Psicología UNR.
[2] Notas de la clase del 11 de Mayo de 2024, dictada por Dr. Carlos Kuri en la Facultad de Psicología UNR.
[3] Notas de la clase del 11 de Mayo de 2024, dictada por Dr. Carlos Kuri en la Facultad de Psicología UNR.
[4] Notas de la clase del 11 de Mayo de 2024, dictada por Dr. Carlos Kuri en la Facultad de Psicología UNR.
[5] Notas de la clase del 11 de Mayo de 2024, dictada por Dr. Carlos Kuri en la Facultad de Psicología UNR.
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BIBLIOGRAFIA
Freud, S (2013). Lo ominoso, O.C. Vol XVII, Amorrortu.
Kuri, C (2014). Una estética de lo ominoso” en Nicola Costantino,
Ed. Hatje Cantz.
Kuri, C (2015). Estética de lo pulsional. Lazo y exclusión entre
psicoanálisis y arte, Letra Viva.
Merleau-Ponty, M (1970). Notas de mayo de
1960, en Lo visible y lo invisible, Editorial Seix Barral.
Millot, C (1993). Prefacio y Capítulo I en La vocación del escritor, Editions Gallimard.
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